El impulso a la iniciativa emprendedora se ha convertido en uno de los ejes de la política económica de los gobiernos central y autonómico. La Ley 14/2013 de 27 de septiembre, de apoyo a emprendedores y su internacionalización (BOE de 28 de septiembre) es una muestra inequívoca de esa voluntad política.
La idea de que la actitud emprendedora es, sin el menor género de dudas, uno de los principales motores del crecimiento económico y un elemento imprescindible para superar la presente crisis, ha llegado a calar a fondo en los medios de comunicación y en la propia sociedad. La actividad emprendedora está en un momento de eclosión en nuestro país.
Sin embargo, ante tanto entusiasmo emprendedor, no está de más puntualizar algunos aspectos interesantes para conducir adecuadamente esa vocación emprendedora.
La mentalidad emprendedora es esencialmente proactiva, optimista y positiva. Sin embargo, el mejor consejo que se le puede dar a la persona que siente la vocación de emprender es el de que debe ser capaz de depurar críticamente la idea inicial. Para ello hay que partir de una visión muy nítida del negocio y dar respuestas muy claras a determinadas preguntas: ¿Qué se quiere ofrecer y a quién se va a ofrecer? ¿Qué necesidad va a satisfacer? ¿Qué valor añadido ofrece nuestro negocio ? ¿Qué diferencia nuestro negocio de los de la Competencia?¿Por qué el cliente al que nos dirigimos va a pagar por ese producto o servicio? ¿Se trata de una necesidad que se va a mantener en el tiempo y con potencial de crecimiento?.
Junto a estos aspectos clave, hemos de visualizar el negocio en dos/tres años y determinar; el tipo de clientes que hemos sido capaces de captar, el volumen de ventas que hemos alcanzado, los proveedores capaces de proporcionarnos lo que precisamos, la competencia potencial a esas alturas, los posibles cambios del entorno tecnológico o reacciones de la competencia que pueden amenazar el futuro de la actividad de la empresa. El emprendedor no es un aventurero temerario ni un apostante de casino que funciona por estímulos. La audacia y la tenacidad, dos cualidades esenciales en la “genética” del buen emprendedor, no están reñidas con el análisis ponderado de la realidad y la prudencia. El peor defecto de un emprendedor es el optimismo ingenuo que sintetiza el clásico cuento de la lechera.
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